¿Una distopía que supera a la ficción? El cuento de la criada como ideal del aceleracionismo.

The A dystopia that comes true? The Handmaid’s Tale as an axis of accelerationism.

Eva Gómez Fernández

Universidad de Cantabria

evagomezfer22@gmail.com

Recibido: 18/02/2022 / Aceptado: 15/03/2022+

Resumen.

El aceleracionismo es una vertiente violenta del neonazismo y una de sus manifestaciones es el fenómeno de los célibes involuntarios que se caracterizan por la misoginia y por exhortar a la violencia contra las mujeres. Pese a tratarse de un fenómeno reciente, la cultura popular lo ha retratado en la obra literaria El cuento de la criada, que ha sido adaptada en la televisión. En este artículo, nuestro principal interés es analizar la naturaleza teocrática del régimen totalitario que se implanta en esa serie y cómo se sustenta gracias a dos ejes: la misoginia y el movimiento de las milicias. Para examinarlo con precisión, recurriremos a fuentes literarias, al visualizado de las entregas televisivas y, finalmente, a las fuentes secundarias de la hemeroteca. Con todo ello daremos cuenta de que, a pesar de tratarse de ficción, los elementos que la componen se plasman en las agrupaciones aceleracionistas.

Palabras clave.

Distopía; El cuento de la criada; Aceleracionismo; Incel; Teocracia; Supremacismo; Masculinidad tóxica; Misoginia.

Abstract.

Accelerationism is a violent aspect of neo Nazism and one of its manifestations is the involuntary celibate phenomenon which is characterized by misogyny and by encouraging violence against women. Despite being a recent movement, popular culture has portrayed it in the dystopian novel called The Handmaid’s Tale, which has been adapted on television. In this article, our main interest is to analyze the theocratic nature of the totalitarian regime that is implemented in this show and how it is sustained thanks to two axes: misogyny and the militia movement. To analyze it accurately, we will resort to literary sources, viewing the full episodes and, finally, we will take into account secondary sources from the newspaper archives. With all this, we will realize that, despite being fiction, the elements that compose The Handmaid’s Tale show are reflected in the accelerationist groups.

Keywords.

Dystopia; The Handmaid’s Tale; Accelerationism; Incel; Theocracy; Supremacism; Toxic masculinity; Misogyny.

Sugerencia de cita / Suggested citation: Gómez Fernández, Eva (2022). ¿Una distopía que supera a la ficción? El cuento de la criada como ideal del aceleracionismo. Distopía y Sociedad: Revista de Estudios Culturales, 2, 13-22.

1. INTRODUCCIÓN.

Eduardo Urzaiz Rodríguez es considerado uno de los pioneros de la literatura distópica pues en 1919 escribió Eugenia. En ella disertó sobre el control estatal en cuestiones de natalidad y argumentaba que eran los hombres los que debían concebir a los hijos (Urzaiz, 1919). Sin embargo, hay dos novelas que se podrían considerar precursoras de este género. En primer lugar, Señor del mundo, escrita en 1907 por el religioso Robert Hugh Benson en la que describía el Apocalipsis tras la llegada del Anticristo (Benson, 1907/2015) y, en segundo lugar, La máquina se para, de 1909, escrita por el británico Edward Morgan Forster, donde se presentó un mundo futuro en el que la sociedad se había deshumanizado como consecuencia del auge de la tecnología (Forster, 1909/2016).

  Más tarde, este género de ficción se desarrolló con tres obras que, a día de hoy, se consideran de culto: Un mundo feliz de Aldous Huxley, publicada en 1932, 1984 de George Orwell, publicada en 1949, y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, publicada en 1954. Estas auguraban que en un futuro no muy lejano la deshumanización de la ciudadanía, el auge de los totalitarismos y los desastres medioambientales precipitarían el colapso de la sociedad. Estos tres factores pueden yuxtaponerse en estos productos de ficción, como es el caso de la serie Snowpiercer (Friedman y Manson, 2020-presente) o pueden aparecer por separado como en las entregas de El hombre en el castillo (Spotnitz, 2015-2019)[1].

 Este género, que no es monopolio de ningún signo ideológico, también se desenvolvió en núcleos feministas de la mano de la poeta, escritora y profesora canadiense Margaret Atwood que, en 1985, escribió El cuento de la criada, una novela que funcionó a modo de crítica social contra los comportamientos misóginos, contra las vejaciones hacia las mujeres y contra el trato cuasi esclavista que debían afrontar muchas mujeres. En este escrito, la autora presentó a la sociedad estadounidense regida por un orden teocrático y heteropatriarcal donde las mujeres estaban condenadas a una situación de servidumbre. Para comprender el momento histórico en el que se escribió, debemos tener en cuenta que a inicios de los años sesenta el movimiento feminista había reformulado sus bases discursivas durante su segunda ola, más conocida como Feminismo Radical, que había surgido como consecuencia de Mayo del 68. Dos de sus teóricas más prolíficas fueron Shulamith Firestone y Eva Figes, en cuyos escritos se destacó que las mujeres habían alcanzado la emancipación porque se habían liberado del yugo de la reproducción, del cuidado de los niños y de los ancianos. Estas tareas se habían asociado a su sexo durante milenios, pero, con las conquistas sociales que se fueron sucediendo, muchas de ellas habían obtenido una independencia económica que les permitía evadir los matrimonios y experimentar la sexualidad fuera del mismo (Firestone, 1970). A medida que el ideal tradicional de feminidad se diluía, eclosionaron células, organizaciones y movimientos de corte ultraderechista que se mostraron reacios a los nuevos cambios porque en su ideario la familia constituía el pilar fundamental de la nación. En tal sentido, el matrimonio heterosexual y, en consecuencia, la reproducción se medía en términos de virilidad y de dominación masculina donde las mujeres siempre estaban supeditadas a la posesión masculina (Figes, 1970). Atwood, con su planteamiento, quiso concienciar del peligro que tenían las agrupaciones políticas de este espectro ideológico, así como también de la agresividad de muchos hombres heterosexuales que profetizaban la extinción de la raza humana. Desgraciadamente, las advertencias de la escritora canadiense pasaron desapercibidas y el seis de diciembre de 1989 Marc Lépine, de veinticinco años, asesinó a catorce mujeres en la Universidad Politécnica de Montreal bajo la justificación de que el feminismo había desviado de la tradición a las mujeres. Luego se descubrió que el asesino había dejado por escrito unas declaraciones misóginas que animaban a la violencia contra las mujeres porque llevaba años sin mantener relaciones sexuales. Por tanto, ese crimen, que derivó de la frustración que sentía por no mantener sexo con mujeres, le hizo desarrollar un comportamiento misógino (Lindeman, 2019). Este atentado sentó las bases de un terrorismo de corte misógino que se ha plasmado, tanto en América como en Europa, con el movimiento incel, contracción de las palabras anglosajonas involuntary (involuntario) y celibate (célibe), es decir, célibes involuntarios. El término incel se popularizó a partir del asesinato de Isla Vista en 2014, que perpetró el universitario Elliot Rodger, que acabó con la vida de seis personas. Antes de quitarse la vida, publicó en los foros de internet que visitaba un manifiesto donde dejaba constancia de que era misógino, de que estaba a favor de las vejaciones y de la violencia hacia las mujeres y destacó su postura proclive a la ultraderecha. Las páginas web y los subforos que visitan los usuarios que buscan este contenido reciben el nombre de “manosphere” o “machosfera”. De este aspecto se hablará más adelante. Estos atentados, lejos de considerarse episodios aislados, se han prolongado desde 1989 hasta la actualidad, y han ocasionados más de ciento noventa víctimas mortales, y más de doscientos treinta heridos (Gómez Fernández, 2022).

El movimiento de célibes involuntarios ha estado presente en la cultura popular desde hace décadas, tanto en películas como Scary Movie (Wayans, 2000) donde los asesinos, en tono jocoso, reconocen a una de sus víctimas que la razón por la que cometen esos actos es la falta de sexo, o Youth in revolt (Arteta, 2009), donde se presenta el prototipo de adolescente frustrado sexualmente y marginado que ansía conquistar a la adolescente más popular del instintito, como en series como Westworld (Nolan y Joy, 2016-presente) que comenzó en 2016 y sigue en emisión o como El cuento de la criada (Miller, 2017-presente) de 2017, que es la adaptación serial del filme El cuento de la doncella de 1990 (Schlöndorff, 1990), que será la que analizaremos en las siguientes páginas. La serie ha supuesto un punto de inflexión dadas las coyunturas socio-políticas de nuestro tiempo porque ha sabido plasmar con exactitud el aceleracionismo. Este es una nueva categoría terrorista de extrema derecha en la que un individuo se radicaliza en foros de internet donde convergen distintas personas con la intención de subvertir los valores posmodernos para construir un mundo de acuerdo con sus ideales (Arias Gil, 2021). Esta, aunque en un inicio fue una noción que se desarrolló dentro del marxismo para aludir a que las fuerzas del capitalismo contribuirían al colapso de la sociedad, se generalizó entre las redes supremacistas[2] como un mal necesario para construir un etnoestado blanco (ADL, 2019). Los incel que forman parte de esta corriente terrorista son los que han adoptado un discurso ultraderechista.

     En las siguientes páginas se examinarán los procesos que coadyuvaron al establecimiento de un estado teocrático de corte totalitario, así como también en los rasgos que lo caracterizan, es decir, la supremacía masculina y el movimiento de milicias que actuó como baluarte contra el mundo moderno. En ese sentido, comprenderemos que los jerarcas de este mundo distópico han yuxtapuesto diversos elementos de las muy variadas y diversas extremas derechas que se retroalimentan, pero se focalizan, fundamentalmente, en los rasgos que nutren a este ámbito de la ultraderecha estadounidense.

2. METODOLOGÍA.

     La metodología que emplearemos a lo largo de estas páginas para trazar nuestro objeto de estudio será el visionado de las cuatro temporadas de El cuento de la criada (Miller, 2017-presente) para realizar lo que Marc Ferro (1977, p. 30) acuñó como “contraanálisis de la sociedad”, esto es, el análisis de los productos audiovisuales. Sin embargo, la primera entrega es, a nuestro parecer, la que proyecta con mayor precisión esta etnocracia. No obstante, debemos ser cautos porque la ficción distópica serializada puede tergiversar un hecho o manipular la realidad, pero para evitarlo nos apoyaremos en la bibliografía académica especializada en este tema, al igual que en las fuentes secundarias de la hemeroteca con las que abordaremos con mayor exactitud los rasgos del movimiento incel. Finalmente, usaremos como referencia la novela de Margaret Atwood (1985/2017) porque nos ha ayudado para establecer la estructura de este régimen teocrático de la República de Gilead, así como también para explicar algunos aspectos que quizás han pasado desapercibidos para los espectadores.

     Presentamos tres hipótesis de partida. La primera, ¿hasta qué punto la literatura distópica puede reflejar las consecuencias de los problemas del presente? La segunda, ¿cuáles son las concomitancias existentes entre el aceleracionismo y, más concretamente, el colectivo de los célibes involuntarios y la distopía que dibujó Atwood? Finalmente, ¿hasta qué límites el fundamentalismo cristiano funciona como una herramienta de cohesión y de alienación que se usa para justificar ese nuevo gobierno?

3. EL ISRAELISMO BRITÁNICO COMO ANTECEDENTE DE LA TEOCRACIA.

     El israelismo británico, también conocido con el nombre de anglo-israelismo, es una vertiente fundamentalista cristiana que sostiene que los colonos anglosajones que partieron a América en el siglo XVII son en realidad el pueblo elegido de Dios y no los judíos (Chip y Lyons, 2000). En este sentido, para comprender los fundamentos teológicos sobre los que se erige este régimen totalitario de corte teocrático es necesario entender los motivos por los que se originó ese nuevo orden social. En la novela, la autora no nos da detalles sobre como Estados Unidos, a excepción de los estados de Alaska y de Hawái, se convirtió en una república teocrática llamada Gilead, que deriva de la palabra hebrea Galaad, que hace alusión a una región que aparece mencionada por primera vez en el Génesis. No obstante, hace hincapié en los Hijos de Jacob, que fue el grupo de ideólogos que orquestó el golpe de Estado que sumió al país norteamericano en una guerra civil (CulturaOcio, 2019). Estos contrarrevolucionarios cristianos idearon el asesinato del presidente del país y de los congresistas. De este modo, consiguieron el poder militar, declararon el estado de emergencia y derogaron la constitución. Una de sus primeras medidas fue privar a las mujeres de sus derechos al obligarlas a abandonar sus puestos de trabajo para dedicarse a las labores domésticas y al cuidado de la progenie. El aceleracionismo, en tanto que terrorismo que aspira a subvertir el orden para implantar un estado reaccionario, misógino y teocrático, produjo ese cambio de régimen.

     Estas características deben tenerse en cuenta para comprender que esta distopía se inspira en las Doce Tribus de Israel donde las mujeres desempeñan un rol reproductor. Según el Antiguo Testamento, en Canaán el personaje del Génesis Jacob contrajo primeras nupcias con Lea y más tarde con su cuñada, Raquel. Las dos esposas contaban con dos siervas respectivamente, la primera con Zilpa y la segunda con Bilhah. Las dos criadas engendraron a varios hijos de Jacob bajo el beneplácito de sus esposas, tal y como recogió la escritora canadiense cuando explicaba la forma en la que el sistema totalitario justificaba la violación sistematizada de las mujeres a través del fragmento en el que Raquel ofrecía a Bilhah a su esposo para tener más descendientes: “¿soy yo, en lugar de Dios, quien te impide el fruto de tu vientre? He aquí a mi sierva Bilhah. Ella parirá sobre mis rodillas y yo también tendré hijos de ella” (Atwood, 1985/2017, p. 75).

     La imagen anterior no solo refleja la pérdida de los derechos de las mujeres o la supremacía masculina, sino también la pertenencia a un hombre. En ese sentido, vemos que la protagonista, Offred o Defred[3], al estar en edad fértil, era asignada a la casa de Fred, para, junto con las mujeres que estuvieran en su misma condición, repoblar el mundo. El personaje principal se hace llamar Defred porque es un nombre impuesto en el nuevo régimen. Un régimen que despoja de su identidad a las mujeres al indicar que pertenece a un hombre, en este caso, al Comandante Fred. La nomenclatura varía a lo largo de las entregas serializadas porque, una vez que se procrea, la criada se muda a la residencia de otro comandante y así sucesivamente hasta que los ovarios dejan de producir estrógeno y progesterona. En la serie, los comandantes violan a las criadas tres noches al mes, durante el periodo de ovulación, en presencia de sus esposas porque se hace creer que se mimetizan con las criadas, tal y como expuso en su novela Atwood (1985/2017): “tengo los brazos levantados; ella me sujeta las dos manos con las suyas. Se supone que eso significa que somos una misma carne y un mismo ser” (p. 79). Este sistema de esclavización de las mujeres es una reinterpretación de ese fundamentalismo cristiano que bebe del pasaje del Antiguo Testamento que hemos señalado previamente. Además, teniendo en cuenta las características de este nuevo sistema socio-político, la esterilidad es un aspecto que únicamente afecta a las mujeres, es decir, que se sobreentiende que los varones son siempre fértiles. De lo contrario, se presentaría como un elemento negativo que atentaría contra la virilidad y la masculinidad. Uno de estos ejemplos lo encontramos con el Comandante Lawrence, que, a pesar de haberse encargado de confeccionar un programa económico de naturaleza proteccionista, no participaba en la violación sistematizada a su criada, porque, al igual que su esposa, Eleanor, estaba en contra. Tuvo varias criadas, pero ninguna de ellas quedó embarazada y la jerarquía jamás se cuestionó su virilidad hasta que Defred abandonó la casa del Comandante Fred después de haber dado a luz a una niña y se instaló en el hogar de Lawrence. El patriarca y Eleonor tuvieron que pasar un tribunal para demostrar que llevaban a cabo los rituales de fertilidad o, dicho de otra forma, la violación sistematizada que los otros matrimonios realizaban a sus respectivas criadas.

     En la introducción apuntamos que una de las aspiraciones del colectivo incel es conseguir un mundo como el representado en estas temporadas, principalmente, porque culpan al feminismo de ser sexualmente inactivos y culpan a la posmodernidad de las garantías sociales de las que goza el movimiento LGBTIQ+. Su fuente de radicalización, tal y como señalamos, emana de los foros de Internet que se conocen como “machosfera”, donde se intercambia contenido, ya sea en forma de meme o con textos breves, que ridiculiza y exhorta a la violencia, tanto física como sexual, contra las mujeres (Minna Stern, 2019). Este mundo cibernético ha generado tres tipos de subculturas antifeministas, misóginas y violentas: la incel; la de Men Going Their Own Way (MGTOW), que, como su nombre indica, está formada exclusivamente por hombres que odian a las mujeres; y, finalmente, la de Pick Up Artist (PUA), que da claves a los hombres para acosar a las mujeres que no están interesadas en ellos. De todos ellos, los incels abogan por la despenalización de la violación y del abuso sexual, así como también de la legitimación de la pedofilia porque creen que el feminismo corrompe a las mujeres a partir de la adolescencia (Rosemberg, 2018). Uno de los mayores difusores de esta tendencia es el político supremacista Nathan Larson, que ha presentado esta propuesta en el congreso. Esta reinterpretación androcéntrica de la sociedad inevitablemente implica una división del trabajo, así como también de subalternidad, con la que se refleja la dominación masculina porque deja constancia de la exclusión femenina del aparato de poder y que, en definitiva, aleja a las mujeres de cualquier tipo de equidad social (Coveña y Morales, 2020).

     Para sustentar este entramado entra en juego la homosocialidad, esto es, la relación, ya sea de camaradería o de amistad, entre personas del mismo sexo excluyendo a las que no lo son. Esta estructura, para que actúe como un elemento coercitivo y opresor, emplea la violencia simbólica, basada en la obediencia ciega de las normas, y la física, caracterizada por el castigo físico. En la serie vemos que la doncella Dewarren[4] pierde uno de sus ojos por no acatar las órdenes o cómo Serena Joy[5], la esposa del Comandande Fred, pierde el dedo meñique cuando desafía a su marido al leer un fragmento de la Biblia porque a las mujeres no les estaba permitido leer (Atwood, 1985/2017). Esto retroalimentaba una supremacía masculina en la que la virilidad y la familia formaban en núcleo central de la sociedad. Es por ello que la homosexualidad estaba prohibida y era duramente castigada. En el caso de la criada Deglen[6], en su vida anterior, era una profesora universitaria y también homosexual. Cuando lo descubrió el régimen, le practicaron la ablación del clítoris. Finalmente, la criada Dewilson[7] tenía la boca cosida, algo que alarmó a muchos de los comandantes. Estas formas de castigo se llevaban a cabo porque la misión de las criadas era procrear. Así que, independientemente de haber perdido algún órgano, si reunían todos los requisitos para quedarse encintas, eran provechosas. De lo contrario, debían partir a las colonias de Magdalena, que eran campos de trabajos forzosos donde proliferaban las enfermedades infecciosas y unas condiciones de vida insalubres.

     Explicada esta distinción retorcida de la división de trabajos, mientras los comandantes se dedicaban a la esfera pública y sus esposas a las tareas del hogar, las criadas desempeñaban un rol meramente reproductivo, pero existían otras categorías. Las Marthas eran las sirvientas que ya no estaban en edad de procrear y, por consiguiente, eran sirvientas, no esclavas sexuales. Por otro lado, están también las tías, que son simpatizantes de los Hijos de Jacob y deben adoctrinar en la fe a las criadas para que cumplan sus objetivos. Finalmente, los Guardianes de la Fe, que son hombres jóvenes y fuertes que se estructuran en milicias.

     Esta visión teocéntrica de la sociedad entronca con el milenarismo apocalíptico del aceleracionismo que unifica la visión catastrofista del esoterismo nazi. El misticismo de estos tres elementos religiosos defiende que después del fin del mundo surgirá un nuevo orden. Pierce (1989) identifica esta catarsis con la configuración de un etnoestado blanco. Los Guardianes de la Fe, en el escrito de Atwood, representaban un sector clave de la supremacía masculina.

4. LOS GUARDIANES DE LA FE COMO FUERZAS DE CHOQUE ANTIGUBERNAMENTALES.

     En 1978, el supremacista blanco que devino icono del neonazismo estadounidense, William Luther Pierce, bajo el pseudónimo de Andrew Macdonald, escribió la novela catastrofista Los diarios de Turner, donde explicaba que en un futuro acontecería una guerra racial que enfrentaría a dos bandos: el de los estadounidenses “puros”, es decir, el de los supremacistas blancos, y el de los traidores raciales, esto es, el de todos aquellos que se posicionaran a favor de las minorías étnicas o que defendieran los derechos de los muy diversos y variados colectivos sociales, desde el feminista hasta los progresistas, e incluso que defendiera a las comunidades afro-descendiente o judía (Pierce, 1978). Para él, las milicias antigubernamentales y antifederales constituían la base de la Resistencia y actuaban como bastión contra la policía. Mientras que las organizaciones milicianas estaban conformadas por civiles y tenían una naturaleza descentralizada, la policía la tenía centralizada porque respondían a las órdenes del gobierno federal. Vemos que este escenario se asemeja bastante al presentado en El cuento de la criada y que forma parte del mensaje aceleracionista y, por consiguiente, de los incel.

     Pierce se posicionó a favor de la Segunda Enmienda, que es el derecho que permite portar armas y que garantiza, según su cosmovisión, las libertades individuales. En ese sentido, el político neonazi alabó la legislación del Tercer Reich al sugerir que Adolf Hitler confiaba más en la ciudadanía que el gobierno federal estadounidense al dejar a los alemanes portar las armas que quisieran (Pierce, 1994). Este derecho constitucional está ligado al comunitarismo y al antifederalismo de un lado, porque las milicias se inspiran en los minutemen o vigilantes que fueron las unidades ciudadanas conformadas por blancos de clase baja que surgieron en las zonas rurales durante la Independencia de las Trece Colonias. En ese conflicto, que aconteció entre 1775 y 1781, se configuró un enemigo tiránico, esto fue, la Corona británica, que se presentó como un órgano central que asfixiaba a los colonos con el incremento desmesurado de los impuestos y, a su vez, quería desarmar a los colonos (Cornell, 2006). La imagen rural de esta fuerza armada se romantizó en exceso ante la creencia de que habían sido las milicias las que se habían independizado de la potencia hegemónica más importante del orbe terrestre. Esto no es del todo cierto. Aunque uno de los motivos por los que las élites coloniales decidieron rebelarse contra el Gobierno británico se debió a la imposibilidad de prosperar socialmente, en la práctica siguió implantada la misma estructura social que afectaba a los estratos sociales más desfavorecidos (más tarde englobados con el término de basura blanca) que habían sido condenados al ostracismo por sus compatriotas y que, desde época colonial, habían configurado una identidad social nueva (Isenberg, 2017). Ahora bien, al contrario que otras minorías raciales, estos contaban con dos componentes que les otorgaban privilegios: eran blancos y eran protestantes. De otro lado, porque las milicias entienden que la única autonomía legal que se debe seguir es la local y que son los estados los que deben aprobar sus propias leyes.

     Los milicianos, a su vez, son hombres jóvenes vigorosos cuya estética, viril, alcanza el paroxismo de la virilidad tóxica. La estética paramilitar que visten despierta el fetichismo de una parte sustancial de sus seguidores, tal y como teorizó William Reich (1980/1993) cuando disertó sobre la estética de la Gestapo. En la actualidad, hay mujeres que sienten atracción sexual o hibristofilia hacia aceleracionistas que han estado involucrados en algún acto terrorista (Arias Gil, 2021).

     Por otro lado, vinculado al nativismo, tanto religioso como cultural, hay un error recurrente en El cuento de la Criada y es que, de acuerdo con el planteamiento etnocrático de Gilead, las minorías raciales no formarían parte de la jerarquía. June, antes de la República de Gilead, estaba casada con un hombre afro-americano y como fruto de esa relación nació su hija. Una niña que, aun siendo mestiza, fue criada en la casa de un comandante. Esto es inverosímil porque este nuevo estado era supremacista y, sumado al israelismo británico y al aceleracionismo, es categóricamente imposible que se aceptase a los hijos de los matrimonios interraciales. Además, el racismo en Estados Unidos siempre ha sido endémico y, muestra de ello la tenemos no solo con el trato vejatorio que recibió la comunidad negra, sino también en el siglo XIX cuando se atacó a los inmigrantes asiáticos que habían ocupado la cornisa californiana durante la fiebre del oro o cómo se legitimó la persecución de los ciudadanos católicos cuando se incorporaron los territorios que habían pertenecido a la República de México (Mudde, 2018). En tal sentido, Pierce habló de los “traidores raciales” que eran todos aquellos que se habían relacionado con personas no blancas (Pierce, 1978) y para castigarlos acuñó la expresión El Día de la Cuerda (Pierce, 1978) que hacía referencia al linchamiento masivo de los traidores raciales. En la serie vemos como a los rebeldes y a las figuras destacadas les colgaban.

     Partiendo de esta premisa, se han enunciado teorías de la conspiración, como la del Genocidio Blanco, que fue divulgada por el francés Renaud Camus, que profetizaba la desaparición de la población blanca y cristiana que asimilaría el islam y sería reemplazada por la inmigración procedente del Norte de África (Zúquete, 2018). Por su parte, en los núcleos de los célibes involuntarios se habla de la Invasión Hispana que defendía que la llegada de latinoamericanos católicos reduciría significativamente a los estadounidenses blancos (Kenton, 2019). Estas teorías conspirativas reinterpretan negativamente la inmigración con el objetivo de presentarla como una amenaza para la ciudadanía autóctona y para el orden establecido.

5. CONCLUSIONES.

     Respondiendo a la primera pregunta que formulamos en la introducción, consideramos que la distopía puede convertirse o, al menos, acercarse a la realidad porque, mientras que Margaret Atwood expuso los peligros de la supremacía masculina, William Luther Pierce presentó un ideal, a su modo de ver, utópico que ha nutrido a las organizaciones aceleracionistas y, consecuentemente, al movimiento de las milicias. Esta temática no es baladí pues, como hemos visto, el colectivo de los célibes involuntarios ha cometido diversos atentados terroristas de características misóginas y, en la actualidad, su ideología se ha plasmado en varios países, no solo de América, sino también de Europa. Es, por tanto, una amenaza real que debiera tenerse en cuenta en los países demócratas para crear un frente común que lo combatiera.

     En segundo lugar, se han apreciado tres rasgos comunes entre el colectivo de los célibes involuntarios y El Cuento de la Criada. Vemos que, al igual que lo que ocurrió en Gilead, que se configuró como un nuevo estado a consecuencia de, primero, atentados contra edificios federales, y, más tarde, de una guerra civil, lo mismo relató Pierce en su obra. Además, recordemos que el seis de enero de 2021 un grupo de ultraderechistas, animados por un discurso incendiario del que fuera, a partir de ese momento, el ex mandatario de Estados Unidos, Donald Trump, irrumpió en el Capitolio de Washington en el momento en el que se acreditaba su derrota electoral frente al político del Partido Demócrata, Joe Biden. Por otro lado, nos hemos percatado de varios elementos que coinciden. El primero, ese fundamentalismo cristiano que deriva del israelismo británico y que se fusiona con el esoterismo nacionalsocialista. En la serie, aunque no se da primacía a estos últimos, la finalidad es la misma: impulsar una iniciativa que precipite el caos con el objetivo de crear un nuevo sistema que instrumentalice el cristianismo. El segundo, es evidente la conexión entre la masculinidad y una parafernalia paramilitar que ahonda sus raíces en la Guerra de Independencia americana. Esta base histórica es importante porque legitima, de un lado, la cultura de las armas y, de otro, un carácter antifederal que le sirve para equiparar al federalismo con la tiranía, es decir, se justifica la desobediencia civil y el localismo en detrimento del centralismo. El tercero, y último, el maltrato, la deshumanización y la supeditación de las mujeres a la autoridad masculina. Para los aceleracionistas, la violación sexual ejercida a las mujeres es un arma de guerra y un castigo. En ese sentido, se usa a las mujeres como un mero instrumento reproductivo y como una forma de dominación.

     En lo que respecta al último interrogante, el integrismo cristiano se emplea como una fuente de cohesión y control social. En este caso porque se usa para reinterpretar un marco social del medievo. Así, se usa una retórica bélica en la que se hace una mención a la Guerra Religiosa, en alusión a la guerra civil que lideraron los Hijos de Jacob. Lo mismo ocurre con las mujeres, que simbolizan la pureza, en el caso de tratarse de las esposas de los comandantes, y la maternidad, en el caso de las criadas.

     A modo de corolario, la República de Gilead es ficción y su texto estaba sujeto a unas coyunturas sociopolíticas concretas, pero también es cierto que hay, en la actualidad, discursos de odio que se vertebran en torno a los fundamentalismos religiosos. Finalmente, no se puede (ni se debe) obviar esa horda de “hombres blancos enfadados” que son portadores de las consecuencias de una masculinidad frágil.

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[1] Ambas son adaptaciones de dos obras literarias homónimas. La primera de la novela gráfica de los franceses Jean-Marc Rochette y Jacques Lob publicada entre 1982 y 1983. La segunda de la novela de Philip K. Dick de 1962.

[2] No es la primera vez que la ultraderecha toma rasgos de las corrientes izquierdistas. Esa tendencia surgió en los años sesenta cuando la escuela de pensamiento francesa, Nueva Derecha, para amoldarse a los cambios y para modernizar su discurso, se apropió de las nociones de hegemonía gramsciana y, en esa misma década, el movimiento skinhead, de filiación neonazi, adoptó un relato obrerista convirtiéndose en el primer fenómeno de este signo que desarrolló una plena conciencia de clase que había caracterizado a las agrupaciones de izquierda. En los años noventa, los marxistas estadounidenses desarrollaron las bases del aceleracionismo, poniendo especial énfasis en el ámbito económico, para defender que el capitalismo fracasaría por la aceleración desmedida de las fuerzas de su propio sistema. Los neonazis más radicales modificaron esta doctrina y sustituyeron su componente económico por el racial. Este cambio tuvo buena acogida entre estos sectores porque en el país norteamericano siempre ha aflorado un racismo endémico como consecuencia de la segregación racial que se implantó en el territorio desde finales del siglo XIX hasta avanzado el decenio de los sesenta.

[3] Su nombre original es June.

[4] Su nombre era Janine.

[5] Serena Joy, en la ficción serial, es encarnada por Yvonne Strahovski, que tiene la misma edad que la actriz que interpreta a June. Sin embargo, en la novela, Atwood la caracterizó como una mujer madura entrada en años que se hizo conocida en televisión cuando presentaba el programa La Hora del Evangelio. La protagonista contaba con diez años por aquel entonces.

[6] Su nombre era Emily.

[7] No se conoce la identidad de este personaje.